Akra-Leuke
Señor Paco
OTRA DE MIS LOCURAS, PADRE CURA
Las apariencias, en ocasiones engañan ¿En ocasiones, digo? Vaya, vaya... don Rodrigo. Camuflémonos pues, y evitaremos la agresión. ¡Camaradas! Cantemos el a ti, capitán san Fernando, el de un ratito a pie y el otro andando. ¡Ánimas del Purgatorio! O del Universo, o seasé, de la ONU en verso. Y la estupidez es fácil conseguirla, por un módico precio. Pero yo soy inseguro, o sea, que no tengo seguro. ¡Bendita inocencia, madre de toda ciencia! Pero, ingenuo, me mostraré iracundo, sin necesidad de llamarme Facundo. Cuánto más ingenuo, me enfureceré, y así completamente enfadado pareceré.
Yo es que soy un adolescente, impaciente, doliente y moliente, de ahí mi enamoramiento de la pícara molinera. Pero ¿dónde el camino hacia el Purgatorio? Dímelo rápido, mi amigo Liborio. No te lo digo porque siempre hubo clases. O sea, aulas, de matemáticas o ciencias naturales, sin colorantes ni conservantes, como las naranjadas de antes. ¡Antes pecador que pescador! Lo digo por la sardina y el boquerón.
Si el Universo es la mejor escuela, ¿porqué va a la Universidad mi prima Manuela?, ya lo digo Ortega y Gasset, una síntesis bien doctorada, vale por diez. ¡Rediez, me conmovéis!, me siento hijo de la calle, de la calle de Colón, siempre a su disposición. O de la avenida de los Reyes Católicos, ellos muy comedidos y metódicos. Sí, pero ¿qué hicieron con Colón?, un detergente que lava Blanco, blanco de España, que del ojo limpia toda legaña. Eso es como marcarte un gol en propia meta, o pasear el domingo en bicicleta, como lo hace María Antonieta y su cuñada Anacleta. Pero ¿por qué no me hablas del maná, tío cazurro? Porque prefiero más el chocolate para mojar este churro. Churro madrileño, igual que este reconfortante leño en la llar, que nos da calor y la estancia iluminar. ¡Cuánta iluminación! Y no entiendo el motivo de que a las abejas, olvidadas las dejas. Es mi escondido vicio, Vinicio, procura no escamparlo, ni por la tele anunciarlo. Pues siento en mi corazón, no el tic-tac acostumbrado, sino un vals muy bien interpretado, por Mozart en su piano. Piano es lentitud, y el fin acaba en un ataúd. Y los productos huertanos, esos que vende el murciano, no crecen en tierra baldía, es suelo fértil el canario, de volcánico origen, eso dice el aborigen, más yo, aunque lo dudo, pues mi duda es general, me bebo mi vaso de agua, del cercano manantial.
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Las apariencias, en ocasiones engañan ¿En ocasiones, digo? Vaya, vaya... don Rodrigo. Camuflémonos pues, y evitaremos la agresión. ¡Camaradas! Cantemos el a ti, capitán san Fernando, el de un ratito a pie y el otro andando. ¡Ánimas del Purgatorio! O del Universo, o seasé, de la ONU en verso. Y la estupidez es fácil conseguirla, por un módico precio. Pero yo soy inseguro, o sea, que no tengo seguro. ¡Bendita inocencia, madre de toda ciencia! Pero, ingenuo, me mostraré iracundo, sin necesidad de llamarme Facundo. Cuánto más ingenuo, me enfureceré, y así completamente enfadado pareceré.
Yo es que soy un adolescente, impaciente, doliente y moliente, de ahí mi enamoramiento de la pícara molinera. Pero ¿dónde el camino hacia el Purgatorio? Dímelo rápido, mi amigo Liborio. No te lo digo porque siempre hubo clases. O sea, aulas, de matemáticas o ciencias naturales, sin colorantes ni conservantes, como las naranjadas de antes. ¡Antes pecador que pescador! Lo digo por la sardina y el boquerón.
Si el Universo es la mejor escuela, ¿porqué va a la Universidad mi prima Manuela?, ya lo digo Ortega y Gasset, una síntesis bien doctorada, vale por diez. ¡Rediez, me conmovéis!, me siento hijo de la calle, de la calle de Colón, siempre a su disposición. O de la avenida de los Reyes Católicos, ellos muy comedidos y metódicos. Sí, pero ¿qué hicieron con Colón?, un detergente que lava Blanco, blanco de España, que del ojo limpia toda legaña. Eso es como marcarte un gol en propia meta, o pasear el domingo en bicicleta, como lo hace María Antonieta y su cuñada Anacleta. Pero ¿por qué no me hablas del maná, tío cazurro? Porque prefiero más el chocolate para mojar este churro. Churro madrileño, igual que este reconfortante leño en la llar, que nos da calor y la estancia iluminar. ¡Cuánta iluminación! Y no entiendo el motivo de que a las abejas, olvidadas las dejas. Es mi escondido vicio, Vinicio, procura no escamparlo, ni por la tele anunciarlo. Pues siento en mi corazón, no el tic-tac acostumbrado, sino un vals muy bien interpretado, por Mozart en su piano. Piano es lentitud, y el fin acaba en un ataúd. Y los productos huertanos, esos que vende el murciano, no crecen en tierra baldía, es suelo fértil el canario, de volcánico origen, eso dice el aborigen, más yo, aunque lo dudo, pues mi duda es general, me bebo mi vaso de agua, del cercano manantial.
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